La educación pública al servicio de la ideología
Actualmente se discuten en el país las leyes locales de educación con el objeto de armonizar las legislaciones en las entidades con la Ley General de Educación que se publicó en septiembre de 2019. Jalisco aprobó la suya sin debates profundos y en un proceso extraordinariamente rápido, sin que mediara el debate y adoptando casi una copia de la federal.

La ley jalisciense de educación, al ser casi igual que la ley general, repite los errores de la federal en cuanto a su redacción imprecisa y ambigua en algunos artículos que podrían quedar sujetos a diversas interpretaciones en su aplicación, algo elemental que tendría que evitarse en una norma jurídica. Pero, como veremos, de la nueva ley de educación no es importante lo que dice, tanto como lo que no dice.
En 1934, Plutarco Elías Calles, el autodenominado Jefe Máximo de la revolución mexicana, sentenciaba en Guadalajara que había llegado la hora de apropiarse de las conciencias de la niñez y de la juventud porque, según él, estas pertenecían a la Revolución. Estaba convencido que era “absolutamente necesario sacar al enemigo (sic) de esa trinchera donde está la clerecía, donde están los conservadores; me refiero a la escuela”. Un día después del temerario discurso se aprobó una reforma constitucional para darle a la educación el carácter socialista. Desde entonces, los políticos ‘revolucionarios’ quieren cumplir la amenaza callista: apropiarse de las conciencias de los niños y jóvenes.
Los ‘neorevolucionarios’ han sustituido su método de la lucha de clases abierta y violenta por el de una revolución pasiva, el periodo revolucionario psicológico diría Calles. Ahora, siguiendo los pasos de Calles y Gramsci, los ‘neorevolucionarios’ deberán ejercer su influencia en las instituciones de la sociedad civil: la religión, la educación, la comunicación… Según ellos todas estas posiciones clave han estado al servicio de la burguesía y permiten que el orden capitalista se sostenga. Así sostienen que si la acción revolucionaria no se ocupa de la hegemonía que ejerce la burguesía en los instrumentos de educación y adoctrinamiento, no será posible un nuevo orden social igualitario.
Desde este proceso gradual de influencia sobre las instituciones surgiría un nuevo consenso, orientado por una nueva ‘clerecía’ (usando los términos de Calles): los Intelectuales. Esta nueva ‘clerecía’ ha ido ejerciendo su influencia sobre la política de educación que desarrollan los gobiernos para usar los colegios, como observó Roger Scruton, “no como asociaciones para la transmisión de conocimiento… sino como instrumentos de ingeniería social”. Ahora, las escuelas serían el instrumento para eliminar las diferencias sociales y garantizar la utopía igualitarista.
Según Scruton, para los igualitaristas “los colegios no existen solo para aprobar exámenes; son lugares donde los niños socializan y donde sus futuras perspectivas sufren una miríada de influencias”. Por ello, apuntó: la escuela pasó a ser un medio para conferir ventajas sociales y con ello se confiscó el fin real de la educación, que es un fin en sí mismo, para sustituirlo por otro al que ningún colegio puede aspirar coherentemente, ni lograr de forma viable, que es la igualdad”.
“los colegios no existen solo para aprobar exámenes; son lugares donde los niños socializan y donde sus futuras perspectivas sufren una miríada de influencias”